«Margarita
lloraba con el rostro oculto entre las manos; lloraba sin gemir, pero las
lágrimas corrian silenciosas á lo largo de sus mejillas, deslizándose por entre
sus dedos para caer en la tierra hácia la que había doblado su frente.
Junto á Margarita estaba Pedro, quien
levantaba de cuando en cuando los ojos para mirarla, y viéndola llorar tornaba
á bajarlos, guardando á su vez un silencio profundo.
Y todo callaba alrededor y parecía respetar
su pena. Los rumores del campo se apagaban; el viento de la tarde dormia, y las
sombras comenzaban á envolver los espesos árboles.
Así transcurrieron algunos minutos, durante
los cuales se acabó de borrar el rastro de luz que el sol había dejado al morir
en el horizonte; la luna comenzó á dibujarse vagamente sobre el fondo violado
del cielo del crepúsculo, y una tras otras fueron apareciendo las mayores
estrellas.
Pedro
rompió al fin aquel silencio angustioso, exclamando con voz sorda y
entrecortada y como si hablase consigo mismo:
- ¡Es
imposible… imposible!»
Leyendas, Gustavo Adolfo Bécquer
[ed. facsímil, 1871]
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